La Fortaleza

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Para vos…

Todos nacemos fuertes para afrontar ésta aventura real que es la vida. El niño se desarrolla con éxito ante el descubrimiento de su realidad. No encuentra obstáculos en el devenir de sus días. Se lanza impetuoso a recorrer todos los espacios ocultos que el mañana tiene reservado para él. Aún no ha temido a nada, no conoce el miedo, no conoce la inseguridad, ni la incertidumbre por lo que no ha vivido. Es más, está ávido de intrepidez, osado en sus características más internas, su inconsciencia lo empuja hacia el límite de sus posibilidades. Su peculiar inocencia apuesta por él, ya que ignora los peligros  y las dificultades que pueden presentársele. Aún respira aire libre, libre de prejuicios, libre de condicionamientos, libre de limitaciones, y así libre se siente en su superioridad por creerse nuevo y recién llegado a éste mundo.

Nunca se es más uno mismo que cuando se es niño. El niño simplemente es quién es  y lo exterior sólo representa para él un espacio común en donde crecer y desarrollarse para conocer sus potencialidades, esas mismas potencialidades que yacen dormidas aún y que sabrán despertar cuando se esté listo para aportarlas al mundo.

Luego nuestro niño madura hasta llegar a ser adulto, y en esa madurez, su realidad cambia, y ese hombre o mujer conoce el terreno de lo fatídico, lucha contra su emocionalidad exacerbada de forma constante e irrumpe en la decadencia de los sentimientos y el desorden existencial hasta agotar las esperanzas de sus propias fuerzas. En esas alturas ya ha soportado y visto la oscuridad de su alma, ha derramado lágrimas de culpa y desdicha y su cuerpo lleva las marcas de su tránsito errado y de sus arrepentimientos acumulados.

Y es en esos momentos cuando ese hombre o mujer se sabe perdido en un laberinto que no encuentra salida hacia sí mismo.

Todos hemos andado éstos caminos y todos hemos sentido desesperación y desconsuelo hasta sentir y creer que no somos valiosos y que nuestra mera existencia es simplemente costumbre de vivir.

Allí es cuando el alma ahogada de zozobra e ingravidez impacta absorta en el sueño de quien la soporta y revela por fin su fortaleza.

Virtud punzante que reclama el liderazgo del alma y nos insta a levantarnos como lo hacíamos de niños para continuar jugando, jugando el juego de la vida que no es más que hacernos cargo de nosotros mismos.

La fortaleza es el vehículo del alma que nos muestra nuestra real fuerza interior, esa fuerza innata con la que nacemos y con la que vivimos, y que nos dice quienes somos en los momentos en los cuales creemos que ya no podremos más.

Nuestra gran fuerza interior es esa reserva que se encuentra latente depositada en lo más profundo de nosotros mismos y que se encuentra lista para ser usada cuando el mundo y la vida reclamen nuestra permanencia y nuestro accionar. Esa abundancia de fuerza jamás se agota ya que no encuentra límite más allá de nuestra voluntad. La vida es mucho más que permanecer y soportar, nos requiere usar de nuestras virtudes que no son más que las herramientas que nos permiten labrar nuestras propias tierras cenagosas y cultivar la virtud de la fortaleza.

Nuestra fortaleza es una decisión de vida, es algo que ya está en nosotros presta a desbordarse en nuestro beneficio. Es paradójico que cuando somos niños nos sentimos fuertes e impetuosos, sin embargo todos sabemos que un niño es el ser más frágil, el cual debe ser cuidado y protegido; más ya el adulto supuestamente capaz y autónomo  se siente débil y desvalido, como todo estado el resultado redunda en cómo decidimos sentirnos. Nuestro estado depende de una fuerte y comprometida decisión y voluntad de bienestar. Pues la fortaleza requiere valentía y adaptación y todos poseemos valentía ya que hemos llegado hasta nuestros días y por supuesto nos hemos adaptado ya que hemos sorteado las diferentes etapas de crecimiento tanto desde lo interno como desde lo externo y aquí nos encontramos siendo lo mejor que pudimos ante nosotros mismos.

Recordemos entonces a nuestro niño y su fortaleza, seguimos siendo nosotros sólo que un poco más grandes, pero con la ostensible  diferencia que nuestras fuerzas son mayores al igual que nuestra consciencia y es esa misma consciencia la que debe traernos la plena convicción de nuestro valor y fuerza y la capacidad que tenemos de regenerarnos hasta convertirnos en seres distintos a los que fuimos, ya que hemos logrado superarnos.

Debemos redescubrir todas esas virtudes y dones que permanecen plasmados en nuestra esencia  y que reclaman por exteriorizarse, pero sólo si somos capaces de darnos la posibilidad de demostrarnos quienes somos, haciendo uso de lo más original que albergamos que es nuestra propia alma y su motor, nuestra fortaleza.

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