El juicio
Cómo enjuiciar la razón en una condena,
si nuestro destino escapa prófugo de nuestros instintos
No esperar más que sueños partidos, encrucijadas abiertas
que derraman iluminación interior,
más basta para el propio juicio un poco de zozobra.
Esa letanía distante y lejana que sentimos en las tardes de lluvia,
o esa escarcha pesada que florece como adoquines
en los caminos inhóspitos que presagian desolación.
Tan errante se desprende el alma de esos cantos de alabanza,
y de las notas quebradas que impiden el silencio
Nuestra razón nublada en la desazón no sabe decidir por nuestro bien,
ya no podemos honestamente confiar en nosotros,
no somos expertos guías que sepan dirimir entre un deseo o una necesidad.
Nada será tan cruel como entender que nuestro porvenir se disgrega
en indecisiones acordadas, carentes de contenido,
y sin embargo, aún anhelamos dichosos llegar a la meta.