La Memoria como Relato Autobiográfico

La memoria es la encargada de recopilar nuestras experiencias, las archiva, le otorga una connotación, una significación, una valoración, una emoción, un sentimiento, una sensación física, una determinada percepción; o sea, todo aquello que se vivió y experimentó en el momento exacto en que sucedió. A la vez, esa vivencia adquirió una dimensión espacial y temporal determinada, que no es ajena al proceso memorístico. Por ello la memoria ha significado para poetas, escritores, relatistas, una musa perfecta de inspiración para reconstruir las instancias más dolorosas de un pasaje vivido o la más perfecta evocación de la felicidad que algunos han podido capturar en sus reminiscencias.

A la vez, para muchos el acto mismo de recordar trae aparejado una serie de recuerdos nada agradables, y es justamente allí donde el trauma vivenciado se hace importante para nosotros como un punto crucial para poder captarlo, elaborarlo y trascenderlo. Un recuerdo doloroso siempre representará una oportunidad de aprendizaje, autoconocimiento, crecimiento personal, y empoderamiento, ya que una vez identificado y trabajado nos impulsa hacia la superación y la autodeterminación plena.

La pregunta sería cuándo es necesario elaborar los recuerdos dolorosos? pues bien, esto sería cuando reaparecen constantemente en nuestro diario vivir, ante alguna situación determinada surge la instantánea evocación del pasado, aparecen imágenes o sensaciones repetitivas sobre aquel momento, o en su defecto, cuando por alguna razón no podemos recordar, ya que aquel momento se encuentra vedado o restringido para nuestro proceso cognitivo. Cuando advertimos estos dos antagonismos es cuando debemos tomar cuenta de la conflictividad de la situación; ya que en algún punto nuestra libertad se encuentra condicionada por aquél trauma irresuelto que nos ata al pasado doloroso que hemos transitado.

Si actualmente no podemos pasar en forma mental o mediante el discurso por algún momento determinado de nuestra vida pasada en la cual manifestamos una emotividad desbordada, o al contrario, cuando ese recuerdo es permanente y persistente, es porque justamente allí es donde existe un proceso traumático, que continuamos viviendo actualmente. Éste punto es determinante comprenderlo, dado que la conflictividad es actual, más allá de que se haya vivido en el pasado; o sea la mente no puede desprenderse, ni diferenciar el pasado del momento presente, ya que la problemática es revivida con todas las mismas connotaciones con las que se vivió en aquel momento; o en el caso contrario ni siquiera poder recordar lo que sucedió, pero aún en éste caso, el conflicto permanece latente en nuestra consciencia produciendo angustia y tristeza aparentemente sin motivo y sin razón, dado que no podemos encontrar la raíz del dolor que sentimos, ya que se encuentra encriptada en nuestro inconsciente.

Cuando advertimos que esto nos ocurre, es de vital importancia poder resolverlo y sanarlo, ya que mientras vivamos en el pasado jamás podremos disfrutar plenamente lo que nos ofrece nuestra realidad actual, dado que tampoco podremos escindir ambas realidades. En verdad, somos prisioneros de nuestros padecimientos pasados, y nuestro corazón queda anclado en una posición intransigente, sin autodeterminación, sin autonomía, y sin consuelo. Radica en nosotros la potestad y responsabilidad emocional de reencontrarnos con nuestra valía, nuestra esperanza y autodominio. Nada parece ser más importante en éstas instancias que lograr recuperar y rescatar nuestro propio ser.

El hecho de poder hacernos cargo de nuestros traumas o conflictos irresueltos representa para nosotros un acto de trascendencia sustancial, ya que lo que no podemos o sabemos resolver para nosotros, asumirá repercusiones futuras en nuestra descendencia. Clarificando la exposición, la irresponsabilidad actual de no hacernos cargo de nuestros conflictos trae aparejado responsabilidades mayores para nuestros hijos y nietos. Sanar nuestra vida significa allanar el camino para nuestros próximos, significa no dejar herencias pesadas, significa no legar pendientes; en definitiva representa el máximo exponencial de amor que podemos ofrecer a nuestra genealogía transgeneracional.

El mayor acto de humanidad, redención, y altruismo al que podemos llegar es cuando hemos sido capaces de hacernos responsables de nuestros padecimientos, cuando los enfrentamos, elaboramos y conducimos, y cuando queda en nosotros el sabor del deber cumplido, de aquello que se ha concluido y consumado en verdadera plenitud. Si construimos nuestra felicidad a partir de la resolución de nuestra propia conflictividad lograremos permanecer y trascender por siempre en el inconsciente emocional colectivo que representa nuestra familia, y le habremos regalado además,  herramientas y recursos suficientes a nuestra descendencia para que puedan trascender sus futuros padecimientos y que éstos le resulten más fáciles de resolver y sobrepasar; de hecho habremos mejorado la especie, y con ésta dejaremos un mejor mundo para los otros.

Si por medio de la biodecodificación entendemos que nuestros aprendizajes, habilidades y dones pasan y se heredan generación tras generación y los conflictos lo mismo, entonces en cada oportunidad tenemos la libre determinación de elegir qué le queremos dejar a nuestros hijos y a los que vendrán después de ellos. Encontrarnos a nosotros mismos en un proceso terapéutico de sanación es la mejor inversión que podemos hacer para nuestro bienestar personal y generacional.

 

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